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6 oct 2009

Lo que esperamos — Oliverio Girondo

Oliverio Girondo revolucionará estéticamente el lenguaje poético con su obra En la masmédula, la que tiene más de algún eco de Trilce de César Vallejo. Pero no es mi propósito entrar ahora en este diálogo. Sin embargo, ¿por qué me acordé de Girondo y de este poema en particular? Simple. Una conversación de pasillo que tuvimos en la editorial acerca de un debate entre diputados —el que nunca vi— llevó los comentarios hacia las diversas aristas que cruzan uno de los problemas de nuestro país y del mundo: la rehabilitación de la delincuencia, especialmente la infantil y juvenil. Esa reflexión que partió hablando acerca de la demagogia de la que muchos políticos son estandartes y de la falta de renovación de quienes dirigen el país, terminó en el dibujo de soluciones idealistas que solo reflejan los buenos deseos, las ganas, el ánimo, de que todo fuera diferente. De que todo fuera como lo esperamos.


Lo que esperamos

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.

Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
—no cajas de caudales,
ni perchas desoladas—,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.

Oliverio Girondo: Obra Completa. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1999.

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