¿Qué rastros del hoy de esta ciudad quedarán para mañana? ¿Qué edificios de vanguardista arquitectura perdurarán para las primeras décadas del próximo siglo? ¿Qué nuevos trabajos y oficios habrá en esa futura ciudad? ¿Y cuáles desaparecerán, tal como sucedió con los serenos que recorrían alumbrando con sus faroles las estrechas calles del antiguo Santiago?
Serenos
Cuando Santiago dormía
eran ellos los relojes
que habitaban en la sombra
con cucuruchos y bastones.
Llevaba un farolillo,
que era estrella de la noche,
sabían de casas viejas
y de oscuros callejones.
Señores con su candil
daban las diez y las doce;
anunciaban aguaceros
y eran testigos de amores.
Después del Avemaría,
el abuelo ya durmióse,
la niña encendió sus ojos
mientras se oían las voces
acompasadas y lentas
de serenos rondadores.
Una golilla española
a la ventana asomóse
y hubo claveles de besos
en el ojal de la noche.
¡Las diez han dado y sereno,
nublado y ya son las doce!,
en el cielo de Santiago,
estos nocturnos pregones.
En los conventos, el diablo
esparcía tentaciones
que con agua bendecida
las ahogaban los monjes.
Llegaban hasta la calle
los rezongos de oraciones,
en la noche de Santiago,
entre gallos y faroles.
Serenos del tiempo viejo
que iluminaban la noche
de la ciudad ya dormida,
vestida con bayetones.
De las casonas escapa
un minué de los salones.
Afuera rondan serenos
enamorando a la noche.
¡Las tres han dado y lloviendo,
se extinguieron los faroles!
Carlos René Correa: El perdido Universo. Santiago de Chile: Ediciones del Grupo Fuego de la Poesía, 1986.