¿Cuántos sueños de juventud? ¿Cuántos sueños engendrados de adolescente que aún nos acompañan o nos torturan? (los sueños hermosos son los más propensos a convertirse en pesadilla). Una de las cosas que caracteriza a la juventud es esa capacidad ilimitada de soñar y de creer firmemente en sus sueños. Esa es una de las cualidades que me sorprende de los integrantes de The Beatles y que me hace admirarlos: la capacidad de creer en su sueño. Tú puedes ser fanático de un grupo y de su música, y quedarte con la imagen que te vende el mercado: su estética, su sonido clásico, los souvenires, el ticket del recital. Sin embargo, la admiración es muy diferente al “sentimiento de fan”. Por lo menos así lo entiendo yo. Y es que de The Beatles no solo admiro su calidad musical y la relevancia que tuvieron para la historia del rock y del pop, sino que también admiro en igual medida la increíble historia que hay detrás de esos cuatro jóvenes de clase media (clase trabajadora, en el concepto inglés) que antepusieron su sueño y talento a cualquier otro interés. Hay que tener en cuenta que dedicarse a la música a fines de los años 50 era muy distinto a hacerlo en los 70; y para qué decir la diferencia que existe con la actualidad, cuando te puedes autoproducir gracias a nuestra amiga la tecnología. También es muy distinto decidir dedicarse a al música proviniendo de una clase burguesa más menos acomodada o de una clase acomodada de frentón a quienes vienen de una clase obrera. Digamos las cosas como son, en los 60 era casi impensable para los jóvenes blancos dedicarse a la música, a menos que tuvieran tras de sí a unos padres que pudieran solventar el gusto del hijo rebelde que tomó la guitarra para hacerse una carrera o que, en el peor de los casos, terminaría siendo su aventura de “año sabático”. Y para qué mencionar la diferencia que existía en aquellos años el ser un grupo de Londres a uno de Liverpool. ¿Cuánto no molestaron a The Beatles por su acento provinciano? En más de alguna conferencia de prensa los periodistas les enrostraban su origen portuario, su falta de modulación o el uso de modismos propios de su ciudad. Sin embargo, a pesar de todo lo que tenían en contra, no renunciaron a su sueño. Por eso es que la historia de The Beatles me hace recordar el lema de mi liceo: “Ata tu carro a una estrella y tu vida a un ideal”. También me hacen recordar las palabras de Rosario Castellanos cuando compara a la adolescencia con el junco en la parte II de su extenso poema Trayectoria del polvo.
Trayectoria del polvo
I
Me desgajé del sol (era la entraña
perpetua de la vida)
y me quedé lo mismo que la nube
suspensa en el vacío.
Como la llama lejos de la brasa,
como cuando se rompe un continente
y se derraman islas innumerables
sobre la superficie renovada del mar
que gime bajo el nombre de archipiélago.
Como el alud que expulsa la montaña
sacudida de ráfagas y voces.
Rodé como el alud, como la piedra
sonámbula de abismos
resbalando por meses y meses en la sombra
del universo opaco que gira en los elipses
trazados en el vientre de espiga de la madre.
Era entonces muy menos
que un río desenvolviéndose
y una flecha montada sobre el arco
pero ya los anuncios de mi sangre
caminaban sin tregua para alcanzar al tiempo
y el vagido inconcreto ya clamaba
por ocupar el viento.
Nací en la hora misma en que nació el pecado
y como él, fui llamada soledad.
Gemelo es nuestro signo y no hay aguas lustrales
capaces de borrar lo que marcaron
los hierros encendidos en mi frente.
Pero mi frente entonces se combaba
huérfana de miradas y reflejos.
Y así me alcé feliz como el que ignora
su inevitable cárcel de ceniza
y cuando yo decía la tierra, era la tierra
desnuda de metáforas, infancia
recién inaugurada.
Y no dudé jamás de que al nombrarla
me nombraba a mí misma
y a mi propia sustancia.
Yo no podía aún amar los pájaros
porque cantaban presos y ciegos en mis venas
y porque atravesaban el espacio
contenido debajo de mis párpados.
Yo no sabía quién se levantaba
imantado de estrellas polares hacia el cielo
ni en quién multiplicaban las yemas su promesa
si en el árbol compacto o en mi cuerpo.
Era el tiempo en que Dios estrenaba los verbos
y hacía, como jugando,
figurillas de barro con las manos:
atmósferas azules y planetas
no lesionados por la geografía,
muñecos intangibles para el sueño
que hiende como espada, separando
en varón y mujer las costillas unánimes.
Era el alba sin sexo.
La edad de la inocencia y del misterio.
II
La adolescencia es alta como el junco.
Su perfil se adelgaza
para ser digno de tocar el aire.
Y es un ebrio cristal que intenta transparencias
y es un florecimiento inagotable
de límites geométricos
que dibujan las puntas trémulas de los dedos.
La adolescencia es tensa como el junco.
Su perfil se agudiza
para poder acuchillar el aire.
Es una vocación de búsqueda incesante
hacia la luz más íntima
que se le esquiva siempre como en un laberinto.
El ansia equivocada
que persigue tenaz al espejismo
y el oído engañado por el eco.
Es la dura tarea del que busca,
la dicha sobrehumana del encuentro.
La adolescencia es verde como el junco
y su perfil se tiñe
de todos los colores con que la invita el aire.
La gracia amaneciendo sobre el mundo,
el gozo sin motivo de carne que se palpa
olorosa y reciente.
La alegría de músculos elásticos,
la embriaguez de la sangre
galopando en canciones sobre el tiempo.
La adolescencia es plena de latencias ocultas
y raíz laboriosa como el junco.
III
Recuerdo: caminaba por largos corredores
desbordantes de palmas y de espejos.
Yo, sedienta de mí, me detenía en estatuas
duplicando el instante fugitivo en cristales
y luego reiniciaba mi marcha de Narciso
ya entonces como alada
liberación de imagen entre imágenes.
Novedad de mi cuerpo
que se hallaba a sí mismo en cada cosa
y para poseerse se entregaba
a la solicitud del universo.
Juventud de la luz que nimbaba la tierra
y que brotaba acaso con mis ojos.
Yo estaba circundada por rondas de palabras.
Subían como el humo en el espacio,
diluían su masa, se perdían.
Sólo quedaba –espesa corno leche bañándome–
la que anudaba origen y destino:
mujer, voz radical que hipnotizaba
en la garganta de Eva y en toda sucesiva
docilidad de miel para los besos.
Mi esencia se vertía exaltada en la órbita
concéntrica y total de la palabra
y era la musical delicia de la gota
incorporando al mar de canto sin fronteras
su mínimo sonido de caracol vibrando.
IV
La fiesta cosquillea en los talones.
Vamos todos a ella cantando y sonriendo.
Vamos todos a ella cogidos de la mano
como quien sale al campo a cosechar claveles.
La ciudad se ha vestido lo mismo que una novia.
Mirad: en cada puerta se ostenta una guirnalda,
de par en par se rinden las ventanas
colmándose del día y su deleite.
La sombra juega al escondite por los patios
escapando del rayo de sol que la persigue.
Venimos a la fiesta cantando y sonriendo,
danzando el pie descalzo sobre céspedes finos.
¿Quién eres tú que traes antifaz de belleza
y te ciñes en túnicas de ritmo y de armonía?
¿El mensaje cifrado de algún ángel
en la pluma del ave
o en el vuelo preñado de la abeja?
¿Eres la Anunciación? —Me llaman Viento,
soy el vehículo de las canciones
y también de las hojas marchitas en otoño.
Mi destino es girar perpetuamente
y no sé responder.
¿Quién eres tú de rostro tremendo y enigmático?
Paralizas los ojos de quienes te contemplan
de estupor y de miedo.
¿Escondes el misterio de un dios o eres su cólera
que se desencadena al infinito?
—Mi nombre es Mar, mi movimiento es ola
que recomienza siempre.
Nunca salgo de mí. Soy el esclavo
irredimible de mi propia fuerza.
¿Y tú que así te adornas con el iris
y te recorren escalofríos de cascabeles?
Yo quisiera abrazarte pero ignoro quién eres.
—Soy quien pintarrajea la verdad
para volverla amable
y hace que hasta los ídolos se paren de cabeza.
Los niños me bautizan mariposa
y organizan cacerías para prenderme
y cuando creen haberlo conseguido
tienen entre sus dedos
solo el polen dorado de mis alas.
Algunos hombres dicen que me desprecian
y para denigrarme agrupan letras:
R-i-s-a, B-u-r-l-a, I-r-o-n-í-a.
Pero se arrastran hasta mí en tinieblas
y les doy la mentira de mí misma.
Los viejos me olvidaron y ya no me conocen.
Tú, adivina quién soy, corre y alcánzame.
Adiós, adiós,
cantarito de arroz.
Allá, bajo los mirtos, ¿quién es el que reposa?
Las vides se exprimieron en sus mejillas.
De sus cabellos se desprende un hálito
de flores maceradas y lámparas ardiendo.
Tiene la piel jocunda de la manzana,
la breve plenitud del mediodía
y el zumbador encanto de la siesta.
—Su símbolo es eterno: pezuña y caramillo.
En las florestas griegas
se lanzó tras la ninfa destrenzada.
Lo aprisionaron mitos y tabernáculos
y es un demonio cuyo nombre nadie
se atreve a pronunciar porque no quiere
despertarlo en el fondo de sí mismo.
Igual que Sansón enloquecido
derriba las columnas que sostienen los templos.
Su nombre es el rubor de las doncellas
y el martillo en las sienes del mancebo.
¿Y tú que sin cesar cambias de signo,
que te ocultas y asomas,
te velas y revelas en las formas?
¿Eres Proteo? Debes ser divino
para infiltrarte así entre todas las cosas.
—Mírame bien ¿y no me reconoces?
Sin embargo te he sido tan fiel como un espejo
y tan irrenunciable corno tu propia sombra.
—Es cierto, yo te vi. mil veces antes.
Ahora identifico esas cejas, los dientes,
los hombros y la espalda
tajando en dos mitades infinitas
lo mismo que una lápida.
Eres como nosotros. Anda, ven y bailemos.
¡Alegría! ¡Alegría!
¡La ciudad se desposa con la noche!
V
¿Qué reptil se afilaba entre la brisa?
¿Qué zumo destilaba la amapola
que el vino se hizo un día de hiel entre mis labios?
¿Cómo fueron mis células ahondándose
para ceder un sitio decoroso a la angustia?
¿Cómo creció esta fiebre de hormigas en mis pulsos?
¿Cómo el recto camino fue curvándose
hasta ser un dedálico recinto?
¿Cómo fue Dios quedándose sordo y mudo y ausente,
irremediablemente atrás como la aurora?
¿Cómo a cualquier extremo al que volviera el rostro
me devolvía el suyo –absoluto– la nada?
El cielo de tan pobre se encontraba desierto
y al principio y al fin del horizonte
se extendía el dominio del silencio.
VI
Aquí me quedaré llorando como el fruto
derribado a pedradas
de la copa del árbol y su sustento.
Ya nunca podré amar ni aun en el sueño
porque una voz insobornable grita
y su grito vacía mis entrañas:
“¡El amor es también polvo y cenizal!”.
VII
He aquí que la muerte tarda corno el olvido.
Nos va invadiendo lenta, poro a poro.
Es inútil correr, precipitarse,
huir hasta inventar nuevos caminos
y también es inútil estar quieto
sin palpitar siquiera para que no nos oiga.
Cada minuto es la saeta en vano
disparada hacia ella,
eficaz al volver contra nosotros.
Inútil aturdirse y convocar a fiesta
pues cuando regresamos, inevitablemente,
alta la noche, al entreabrir la puerta
la encontramos inmóvil esperándonos.
Y no podemos escapar viviendo
porque la Vida es una de sus máscaras.
Y nada nos protege de su furia
ni la humildad sumisa hacia su látigo
ni la entrega violenta
al círculo cerrado de sus brazos.
VIII
Padres:
ya no desparraméis blasfemias en la tierra.
No os dejéis embaucar por la embustera
que exalta vuestros vientres
para depositarles su semilla de espanto.
Cuando os llame fecundos, arrojadle
su mentira a la cara.
Si os consagra inmortales os escarnece.
Sabed que la esperanza nos traiciona
Y que es la compañera de la muerte.
Sabed que ambas –muerte y esperanza–
crecen corno el parásito
alimentado en nuestro propio cuerpo.
IX
Pero ¿no hemos de amarlas
cuando así las nutrimos con nuestra sangre?
Reverenciad su patrimonio único.
Contemplad como las madura el tiempo.
Alternativamente
una se ensancha y otra palidece.
X
Hoy es en mí la muerte muy pequeña
y grande la esperanza.
Ha soportado climas estériles y rudos,
ha atravesado nieblas y luces dolorosas
y ha desafiado al viento.
Ahora sabe que su ser es isla.
Para emerger acendra primero sus cimientos
y se ubica después sobre la espuma
disputando su patria palmo a palmo.
No ignora que el vacío la rodea
y siente la amenaza del gusano.
Pero edifica muros de arena, defendiéndose.
Tenaz e infatigable
elabora y destruye sus pompas de jabón
y es la aniquiladora y creadora de un cosmos
transfigurado y líquido.
Trabaja con la llama.
¡Cuántas formas modela, cuántas formas
duermen almacenadas en su seno!
Les dice un día fantasmas y otro les dice juego
pero el nombre secreto en el que se refugia
como en la magia o en el sortilegio,
ese nombre es el nombre impalpable de Poesía.
No perturbéis la rosa con palabras impuras,
no violéis su perfume ni con el pensamiento.
Es la hora perfecta
en que la rama en el altar florece.
Permitid que florezca.
Es la última pasión, la última hoguera
crepitando en la nieve.
Dejadla que respire.
En sus escombros pacerá la muerte.
Rosario Castellanos: Meditación en el umbral. Antología poética. México: Fondo de Cultura Económica, 1985.