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11 abr 2011

Hojas de hierba: 26 — Walt Whitman

Tengo un minuto, solo un minuto. Un minuto para poner mi mente en blanco. Un minuto para cerrar los ojos. Un minuto para escuchar el silencio.


26

Hoy no haré otra cosa que escuchar,
Para que aquello que escucho enriquezca este canto y para
        que los sonidos contribuyan a acrecentarlo.

Escucho el arte consumado de los pájaros, el murmullo del
        trigo que se agita, el susurro de la llamarada, el restallar
        de los leños, mientras cuezo mi alimento,
Escucho el sonido que amo, el sonido de la voz humana,
Escucho todos los sonidos, corren juntos, se combinan,
        se mezclan o se persiguen,
Sonidos de la ciudad y del campo, sonidos del día y de la noche,
La parlería de los niños con aquellos que les aman,
        las risas sonoras de los obreros que comen en común,
La voz colérica de los amigos que riñen, la débil voz de los
        enfermos,
Escucho al juez que, con las manos apoyadas sobre la mesa
        y con los labios pálidos, pronuncia la sentencia de muerte,
Los gritos de los estibadores que descargan en los muelles,
        el estribillo de los marineros al levar el ancla,
Las campanas de alarma, los gritos de incendio, el estruendo
       de las bombas y los carros de mangas, precedido de
       cencerros y luces de colores,
El pito de vapor, el pesado rodar del tren,
La lenta marcha que tocan a la cabeza del cortejo, que avanza
       de dos en dos
(Van a hacer guardia ante algún cadáver, las banderas llevan
       crespones negros).

Escucho el violonchelo (es la queja del corazón del muchacho),
Escucho la corneta de llaves, su sonido penetra rápidamente
       en mis oídos,
Y sacude mis entrañas con dolores dulces y apasionados.

Escucho los coros de una gran ópera,
¡Ah, esto sí es música –esto me agrada!

La voz de un tenor, amplia y fresca como la creación,
       me penetra,
Se derraman de su boca melodías que me llenan completamente.

Escucho la voz cultivada de la soprano (¿qué relación hay
       entre mi canto y el suyo?),
La orquesta me hace describir órbitas más dilatadas que las de
       Urano,
Provoca en mí ardores tales como no me he creído capaz
       de sentir,
Me arroja al mar, chapoteo con los pies desnudos, que las
       olas perezosas me lamen,
Cabelleras amargas y coléricas me cortan la carne, me ahogo,
Me sumerjo en la dulzura de la morfina, me asfixio remedando
       a la muerte,
Y me libero al fin para encontrarme con el enigma de los enigmas
Que llamamos la Existencia.

Walt Whitman: Hojas de hierba. Buenos Aires: Colihue, 2004.