No había tenido la oportunidad de leer a Doris Leassing (Nobel de Literatura 2007) hasta hace algunas semanas atrás. Mi primer encuentro fue con Diario de una buena vecina, una interesante sinopsis de la vida moderna en la que se abordan variados temas, tales como las extensas jornadas laborales a las que estamos sometidos, las ansias por conseguir un mejor estatus social y laboral, el consumismo, el egocentrismo manifestado en la moda, la constante superfluidez en la que transcurre vida y, lo más importante y que mantiene el eje del libro, qué significa la vejez y la muerte en la vida moderna. Al respecto, se desprenden una serie de preguntas que nos acompañan a lo largo de la lectura: ¿cómo entendemos y asimilamos la muerte en la vida moderna?, ¿cuál es el rol de los ancianos (no la llamada tercera edad, sino la ancianidad, esa vuelta a ser bebés) en el ritmo moderno?, ¿cómo influyen nuestras decisiones y el “destino” para sobrellevar ese último periodo de la vida? No esperemos encontrar en la lectura las respuestas a estas interrogantes, pues el conocer la experiencia de Jana, protagonista y cronista del diario de la buena vecina, más bien nos invita a “ver” la vejez, a considerarla entre los silencios de los rápidos compases del ritmo moderno.
Diario de una buena vecina (fragmento)
En el colmado hindú merodeo hasta que el propietario, el señor Patel, dice:
—La señora Fowler salió ayer a la calle, chillando y gritando.
—Ah, sí, ¿qué decía?
—Decía a gritos: Nadie de vosotros me ayudó a tener agua caliente y un baño cuando tuve un hijo, a nadie le importó que no tuviera comida que darle. He vivido toda mi vida sin agua caliente y sin un baño, y si volvéis, avisaré a la policía.
El señor Patel me lo cuenta lentamente, con ojos graves y preocupados fijos en mi cara, no me atrevo a sonreír. Mantiene los ojos en mi cara, llenos de reproches y serios, me dice:
—En Kenya, antes de que tuviéramos que partir, pensaba que todo el mundo en este país era rico.
—Entonces, ahora lo conoce mejor.
Pero quiere decirme algo más, algo distinto. Esperé, cogí unas galletas, las dejé en su sitio, examiné una lata de comida de gato.
Al final me dice, en voz baja:
—Antes, entre nosotros, no hubiéramos permitido que un anciano de los nuestros llegara a este tipo de vida. Pero ahora... las cosas cambian entre nosotros.
Personalmente, me siento en la obligación de disculparme. Finalmente, le digo:
—Señor Patel, no puede quedar mucha gente como la señora Fowler.
—Cada día tengo a seis, siete, en mi tienda. Todos como ella, sin nadie que los cuide. Y la mía es solo una tienda.
Parece como si me acusara. Acusa mi ropa, mi estilo. Estoy fuera de lugar en esta tiendecita de barrio. Y, luego, al sentir que quizá me haya ofendido, coge un pastel de un estante, uno de los que le gustan a Maudie, y me dice:
—Déselo a ella.
Nuestras miradas se vuelven a encontrar y, en esta ocasión, de manera distinta: estamos horrorizados, asustados, es demasiado para ambos.
Doris Lessing: Diario de una buena vecina. Santiago de Chile: Punto de Lectura, 2007.